31 de julio de 2012

LUCES DE NAVIDAD


No era mi intención mi buen animado lector (si es que acaso lo tengo) escribir una crónica navideña. La verdad es que hay tanto de eso en los libros, las revistas, la televisión, el teatro y el cine, que me parecía no menos que redundante hablar de esta fecha del año en que todos los cristianos celebran el nacimiento del niño Jesús (Porque Jesús, al menos aquí en Chile, nació siendo el “niño” Jesús). Pero claro, en nuestros modernos tiempos lo que menos celebramos es eso pues cada vez se ha vuelto más lucrativa y con afanosos fines de consumo esta sagrada festividad. Pero que con ello, dirán los agentes del retail o el bueno de Paulman, si aún existen niños, como el entonces pequeño Quim, que aún piensan que los juguetes los reparte el Viejo Pascuero en un trineo volador arreado por renos.

S*** no estaba ni ahí (como hubiera dicho el tenista Marcelo Ríos en esos años) con la navidad. Sabía que todo era una farsa. Y pese a que la profesora de catequesis trató de explicarles el verdadero sentido de la noche buena, el niño no se interesó ni lo más mínimo por ser elegido para interpretar el rol de Baltasar en el pesebre navideño de la iglesia. Francamente aquello le parecía absurdo. No soportaba la idea de mostrarse ante el público asistente a la misa del gallo como un misionero negro que le obsequia mirra a un recién nacido. Ridículo –Me veo ridículo –pensaba mientras su madre le probaba la sotana de rey mago. Pero más le irritaba mirar hacia un costado y ver a su prima Clemátide tan orgullosa de ser caracterizada como la virgen María. Esa tarde antes de la misa, como nunca hizo notar su malestar. Sin embargo, era tanto el chocheo de los adultos, en especial por los más pequeños y los pastorcitos, que nadie le prestó atención a sus silenciosos berrinches. Que por lo demás, estaban perfectamente justificados pues, dado que el muchacho era muy pálido y le tocaba representar a Baltasar, el supuesto rey mago de color negro, su madre le embadurnó por completo la cara y las manos con betún negro para lustrar zapatos. La ira del muchacho era completa y razonable. Fue entonces que ya avanzada la misa del gallo, y en un arranque de furibunda rabia en contra de un niño que hacía de Melchor y que se burló de él durante toda la misa, que no encontró nada más apropiado que decirle –el viejo pascuero no existe, animal bruto. Desgraciadamente para mí bienaventurado S***, Quim, vestido de pequeño pastor de ovejas, lo escuchó y gritó visceralmente: ¡Mentira!, y aquel estruendo repentino del pequeño, ensalzó la comunión de los feligreses mientras el sacerdote hablaba de la magnanimidad de Dios. El cura, de la pura impresión, derramó el cáliz de vino sobre la cara, el cabello y el vestido de la virgen María, la prima de S***, que a su vez estalló en un chillido  tan grande que casi rompe el vitraux de toda la iglesia. Sabina, la madre de Clemátide, intentó calmar a su hija, que lloraba a mares mientras el sacerdote le restregaba el cabello con agua bendita. Por su parte, un descontrolado Quino no cesaba de gritarle a su hermano que era un mentiroso, mientras el rey mago Melchor no lograba salir de su trance, y su madre trataba de reanimarlo a punta de bofetadas. La misa se convirtió en un desastre. El pesebre completo tuvo que abandonar el altar donde tan ceremoniosamente había sido instalado. Jazmín tomó al niño Jesús (su hijo menor), que lloraba de hambre, en brazos y a Quim de la mano, y S*** la siguió a sabiendas de que todo el meollo había sido a causa de él y su boca de jarro, y que más temprano que tarde iba a ser regañado muy severamente. A Melchor lo sacaron tieso de la impresión, y a Clemátide la calmaron diciéndole que seguía siendo la virgen María más hermosa del planeta. Los pastorcitos, las ovejas, José y Gaspar no entendían nada de lo que pasaba y se marcharon, cabeza gacha, junto al resto del rebaño a una salita de la capilla donde los estaban esperando, la profesora de catequesis y sus respectivos padres.

                                                                                  ***

Al llegar a casa, como si nada, S*** se metió a la bañera. Se restregaba fuertemente, casi haciéndose daño, para sacarse el betún de la cara y las manos. Nadie había entendido nada de lo sucedido. Quim no había dicho ni media palabra de lo que había pasado durante la misa, en realidad llevaba bastante rato sin decir algo. De regreso a casa solo limitó a mirar el paisaje a través de la ventana. A la vez triste, y a la vez maravillado con las luces navideñas que decoraban algunas calles de Santiago, y deseando que en todos lados fuese igual. S*** se dio cuenta de lo que había hecho, y le avergonzaba sobremanera mirar a su hermano a la cara. Al salir del baño y entrar a su cuarto oyó que Joaquín sollozaba mientras miraba una vieja película navideña. La culpa lo comenzó a intranquilizar. Cenaron en el patio. Jazmín se había esmerado mucho para complacer a la familia. Preparó una entrada de centollas que Vicente había traído desde Punta Arenas, y como plato de fondo, una exquisita carne al jugo con papas horneadas, y de postre helado lúcuma, chocolate y frambuesa, un sabor por cada uno de sus hijos. La mujer veía la fiesta navideña como una festividad para los niños. Minutos antes de las 12 de la noche, Jazmín les dijo a sus niños que debían esconderse porque el viejo pascuero estaba por llegar. S*** miró a Quino a los ojos, y este sin devolverle la mirada tomó de la mano a Pablito y se fueron a esconder al cuarto. S***, detrás y cabeza gacha, entró junto con ellos y se quedó sentado a los pies de la cama del más pequeño. En el living se oían los pasos ansiosos de Vicente y Jazmín acomodando los regalos en el árbol de navidad, haciendo espacio para aquellos que venían por encargo del viejo pascuero. Entonces el padre abrió la puerta y entabló un absurdo diálogo. –Jo, jo, jo, aquí traigo los regalos de sus hijos que tan bien se han portado –dijo Vicente fingiendo su timbre de voz para igualar al de un supuesto Santa Claus bamboche. –Muchas gracias viejito –añadió Jazmín. –Jo, jo, jo,…Feliz navidad –Agregó el actor Vicente y cerró la puerta. En ese momento, Jazmín, entre risas de ilusión, apareció delante de sus hijos. –Niños, vengan… el viejito ya pasó. Pablito salió de su pieza corriendo enloquecido. S*** y Quim se quedaron a solas en la habitación durante un momento. El muchacho no daba más de la angustia e intentó decirle algo a su hermano más pequeño, pero en ese momento Quim se levantó y salió tras de su madre. S*** resignado caminó detrás de ellos. En el árbol de navidad estaban los regalos, los de Santa y los de sus familiares. Y Jazmín, muy emocionada, como todas las navidades en que sus niños fueron niños, repartió los regalos. Primero a Pablo, a quien entregó una enorme caja, más grande incluso que él. El niño, ayudado de su madre, abrió el regalo. Se trataba de una inmensa y didáctica granja de animales. Un segundo regalo era un triciclo. Quim, no con las mismas ganas, abrió su primer regalo, que se sabía que se trataba de una bicicleta (sin ruedas a los lados). –El viejo se dio cuenta que ya habías crecido, entonces te mandó una bicicleta sin rueditas a los lados, como la de tu hermano –profirió Jazmín mientras su pequeño descubría, inanimado, el regalo. –Ojalá la ocupes, no como tu hermano que todavía no aprende a andar en ella –agregó Vicente. A lo que Jazmín repuso –esa es tu tarea pues,… enseñarle. Quim, muy desmotivado, abrió su segundo regalo, que al igual que el de su hermano, era una tremenda caja.  El niño comenzó a quitar los papeles de la caja, y esa expresión ceñuda se fue contagiando de una inmensa felicidad. Un castillo con figuritas, cañones, prisiones, caballeros, dragones y todo. El mismo que llevaba seis meses deseando, y que sus padres no habían podido obsequiarle ni para el día del niño, ni para su cumpleaños. Quim se puso tan contento que casi volaba de alegría, hecho que a S*** lo entristeció aún más. Entonces su madre le dio los obsequios. El primero era, evidentemente, un balón de fútbol. Sin embargo no era cualquier balón. Era un balón profesional, similar al que había pateado a las nubes Roberto Baggio en la final del campeonato del mundo de 1994. El segundo era un paquete pequeño. S***, cuidadosamente, quitó el papel para ofrecérselo a su hermano que desde hacía cuatro navidades los coleccionaba, sin embargo Quim no estaba para parches después de la herida. El regalo era la camiseta alternativa del equipo de Colo-Colo 1997, más precisamente la que ocupaba el capitán Marcelo Espina con el número 8 en la espalda. Cosa que alegró mucho al muchacho, casi al punto de ponerse a brincar en un pie. Pero finalmente al ver a su hermano de soslayo prefirió demostrar su gratitud con unas tibias gracias y un esquivo beso a su madre. Continuaron abriendo los regalos. Ahora con un Quino mucho más emocionado. Perfumes, calzoncillos, calcetines, la teñida de Año Nuevo, un yo-yo, autos de juguete, un trenecillo, etc. Al rato, en medio de un mar de papeles rasgados, los niños pequeños comenzaron a jugar con sus juguetes nuevos, mientras los padres les veían expresos de satisfacción y felicidad. S***, en tanto, salió al patio de su casa. Chan-Chan, su perro, se abalanzó sobre él con tanta fuerza que lo arrojó al piso. Se levantó presto y se sacudió los pelos del lanudo cachorro que seguía alborotado creyendo que el niño había salido a jugar. Pero no, el muchacho, muy angustiado, se quedó quieto en medio del patio mirando hacia el cielo y pensando que aunque el Viejo Pascuero hubiera existido en algún lugar, muchas navidades antes, aquello no cambiaba las cosas. En ese momento, de sopetón, recordó a los niños pobres que no tendrían regalos ni esa ni las siguientes navidades, ni mucho menos una cena tan especial como la que preparó su madre aquella noche buena. Y sintió una furibunda rabia consigo mismo, tanta que le dieron ganas de romper su nuevo balón de fútbol y su camiseta, y todos los regalos que había recibido. Juntaba los puños fuertemente, cuando apareció su hermano Quim y lo tomó del brazo y le entregó un sobre de regalo. S*** lo miró contrariado, y casi a punto de llorar, pero tuvo el valor de enjugar las lágrimas y recibir el obsequio de su hermano menor. –Ábrelo, es tu regalo –le dijo el pequeño Quim V. El muchacho, más avergonzado todavía por no tener un regalo que ofrecer, le dijo –Pero, yo no te hice un regalo. –No se trata de eso –agregó Quim y volvió a entrar a la casa feliz como niño siendo niño.

S*** se quedó a expensas del sobre durante un momento, y delicadamente abrió el paquete. El sobre contenía el ejemplar n° 5 de la revista Barrabases: “Guatón se pone fome”. Se trataba, justamente, del ejemplar que dos años antes Quim le había roto a su hermano, en un arranque de rabia, y que el muchacho por más que había buscado no había logrado encontrar. Con la revista en la mano, y Chan-Chan babeando en frente de él, S*** se sacó un gran peso de encima, y a la vez obtuvo una gran enseñanza. A veces me pregunto, como humilde narrador, que hubiese sido de él, si se hubiese dedicado a recordar ese tipo de cosas y no las más nefastas. Pero en fin, esas preguntas son incontestables, más para mí, que tan solo soy un simple cronista. S*** seguía de pie en el patio, a obscuras, cuando de pronto, una enorme cantidad de destellos azules, rojos, verdes y amarillos, comenzaron a inundar los cielos. Entonces vinieron los fuegos de artificio, que hasta el día de hoy, nadie sabe de donde salieron. Pero para tranquilidad suya, mi buen y solidario lector, usted lo sabrá más adelante. S*** escuchó los gritos y las risas alegres de los niños que comenzaron a dejar sus casas para inundar de algarabía el iluminado pasaje, e impregnado de aquel espíritu, se unió al jolgorio. Los padres miraban, atónitos y maravillados, las luces que de un momento a otro encendieron el cielo de una deslucida calleja, mientras Pablito y Quim revoloteaban detrás de los renos de artificio que iban de un extremo a otro de la calle, entre carillones, duendes, estrellas y lunas de colores. Todo el mundo se agasajó de un espíritu quimérico. Aquel suceso es conocido hasta hoy, como el milagro de la calle de los Almendros. Para S*** se trataba de las Luces que cada cierto tiempo se encendían, para recordarles, a niños como él (quizá muchos), el sentido de la navidad,  mi lector querido.

12 de abril de 2012

ST. LEGER.



Pompeyo contra Puerto Madero y el favorito Apolo Dorado

En medio de un acalorado día de diciembre, y mientras la gente se apostaba en los barrios populares de Santiago en busca del mejor regalo navideño, los jinetes ajustaban las riendas de sus caballos para correr la terna de la Tripe Corona Nacional y desafío máximo del Hipódromo de Chile. El Clásico St. Leger. Fue la última mañana de la primavera del 97. En el aire había una nerviosa sensación de quietud proveniente del recinto de la plaza Chacabuco, la que era contrarrestada por el rumor sofocante de la atiborrada Calle Meiggs, donde la gente iba y venía en busca de obsequios. Precisamente esa mañana Jazmín las hacía de delegado comercial del “Viejo Pascuero”  y dejaba las patas en la calle buscando los regalos de Navidad para sus tres pequeños hijos, teniendo especial consideración para con S***, quien pese a su trastabillado paso por el centro de rehabilitación logró salir sobresaliente en la escuela. La muchacha salió muy temprano de casa, temprano al menos tratándose de un día sábado donde lo que menos quiere el ciudadano común es levantarse a prematura hora. Vicente despertó a sus muchachos a media mañana, les dio el desayuno y se ocupó de bañar al más pequeño. Antes del mediodía salieron en el Renault color blanco rumbo a la avenida Independencia. Habían sido invitados a almorzar donde los padres de este. La casa estaba en Recabarren, un antiguo barrio de la Cañadilla, cerca del estadio Santa Laura, relativamente cerca de la escuela de S*** y muy cerca también del Hipódromo de Chile.

Los padres de Vicente son Antonio y Camelia. El primero fue nacido y criado en Viña del Mar, es de baja estatura, medio orejón, usa un cardado bigote debajo de una prominente nariz, es fanático de la hípica, del tango, de Magallanes y de la poesía de García Lorca, en especial del poema “La casada infiel”. Camelia es una mujer muy pequeña y sumisa, aunque de fuerte carácter. Nació en la ciudad de Osorno, pero fue criada por su madrina en un pueblito cercano a la ciudad de Rancagua. Usa anteojos con sujetador y el cabello corto. Con ellos vive Federico (llamado así en honor a aquel poeta muerto en Granada), su hijo menor, un muchacho de la edad de Armando, que gusta de los videojuegos, las animaciones, tocar guitarra eléctrica y la música grunge. Sueña con formar una banda de rock, pero jamás suelta el joystick. En la casa también vive Manuel, el hermano menor de Antonio, que es casi una copia exacta de este, con la salvedad de que su nariz es mucho más prominente que la ya exagerada nariz de su hermano. Con ellos también vive Rafaelito, un perro quiltro recogido de la calle que fue aceptado en casa con la condición, impuesta por Camelia, de que se llamase como el Niño: Raphael  de España.

Al llegar a la casa de los padres de Vicente, un exquisito aroma culinario le atoró la nariz de epicúreos encantos a S***. Los primeros choclos de la temporada inundaron sus pulmones de un primoroso hálito a dulce maíz cocido. Y aunque venía llegando recién desayunado, esa sabrosa mezcla de olores y sabores que salían de la cocina de Camelia le hacía agua la boca, secándole de paso las comisuras de los labios. Vicente salió junto a su padre y su tío en busca del vino que habría de acompañar la buena mesa. Los dos nietos más pequeños se quedaron acompañando a Camelia en la cocina, mientras S*** miraba atentamente como cada grano descendía de un reloj de arena que adornaba una vieja estantería del living de la casa. Al cabo de un rato apareció Federico y lo invitó a jugar en su consola Supernintendo. Y aunque el muchacho no era muy dado a estos modernos aparatos, no pudo sino conmoverse con los desafíos de Mario Bros, y miraba con minucia a su tío mientras este jugaba en el peligroso mundo de Koppa. El muchacho se divertía, al menos llamaba su atención aquel lugar. En especial, la fotografía de un tipo de pelo largo y pantalón rasgado que sostenía pesarosamente una guitarra. Al cabo de un rato fueron llamados a almorzar. Los tres hombres se sentaron a la mesa, el joven Federico, S*** y sus dos hermanos también, el menor de ellos en una silla especial para los más pequeños. Camelia sirvió los platos de comida. Primero, como si fuera poca cosa, un consomé de pollo que no sabría como describirles, pero de un sabor que solo se podría comparar con la sopa de gallina de campo que el niño probaría un año más tarde en un poblado cercano a Lautaro. Le siguió una refrescante entrada de Tomate relleno con atún, choclo, perejil, cebolla y mayonesa casera. A continuación un pastel de choclo, que solo podía igualarse con las ricas empanadas del dieciocho de setiembre. Y de postre, como no, un sabroso mote con huesillos. Claro está, que de no haber heredado una mano de monja, todo aquello habría sabido como en cualquier restorán costumbrista, pero sin duda alguna la comida de Camelia era en efecto un placer culinario. Y claro está, eliges a una mujer por como cocina; Al menos eso solía decir Antonio, y eligió bien. Mientras hacían la sobremesa y se tomaban el café, no se hablaba de nada más que no fuese la carrera. Y aquí paso a explicar el nombre del título de ésta Crónica. Me refiero al clásico ST. Leger. Para muchos, o al menos para los que viven del lado norte de la capital, “La carrera del año”. Como sea, es la carrera que cierra la terna del Hipódromo de Chile y la segunda etapa de la terna de la Triple corona nacional. Antonio, un acérrimo fanático de la hípica, apostaba por Puerto Madero, a quien veía idóneo para ganar la tercera etapa del Chile (ya había ganado las dos anteriores). Su hermano Manuel, apostaba por Pompeyo, quien ya había ganado El Ensayo (primera etapa de la Triple Corona Nacional), y a quien veían como el caballo capaz de hermanar la hazaña que años antes lograra el mítico Wolf, ganando las tres carreras más importantes de la hípica chilena. Por su parte Vicente, que no era muy lustro en este tipo de acepciones, se la jugaba por Apolo Dorado por mera sugerencia de la revista entendida en la materia. Es decir, porque era el favorito en las apuestas. Mientras los adultos discutían acerca del posible ganador y como rara vez, el mundo deportivo no solo giraba en torno al Deporte Rey, sino al Deporte de Reyes, llegó Jazmín evidentemente acalorada. La muchacha se sentó a la mesa a oír las sandeces que después de la tercera botella de vino hablaban el padre, el hijo y el tío. Camelia le encendió charla a un cigarrillo y Jazmín bebió de sopetón el refrescante vaso de jugo de mote con huesillos que le ofreció su suegra. Los hombres se levantaron de la mesa con bríos de embadurnado carmín en las mejillas. En tanto el Quino jugaba con su tío al Donkey Kong y Pablito dormía a pie suelto en la cama de sus abuelos. Por su parte, S*** no se cansaba de mirar como los segundos se desvanecían en el reloj de arena. Estaba embelesado. Entonces Antonio al verlo allí, tan tranquilo y callado y como hipnotizado por el sumidero de almas que se iban con cada grano, decidió invitarlo al hipódromo. Todos, al menos los hombres adultos, iban allá, el resto se quedaría en casa aguardando el soponcio de la tarde. Al muchacho no le quedó otra que aceptar la invitación que le propinaba su abuelo y asintió con la cabeza. De camino al recinto de Vivaceta, este le iba charlando sobre su paso por el club Iberia y de su fractura en la rodilla. Entonces le mostraba la cicatriz de la operación, la que según él, lo privó de la posibilidad de jugar al fútbol de manera profesional en el tiempo en que los concentraciones se hacían donde La Tía Carlina o Donde Marcelino. –Tú juegas –le preguntaba constantemente. A lo que el muchacho respondía que no, aunque poco a poco se iba interesando cada vez más en aquel deporte, y aumentaban sus ganas de practicarlo con alguien más, y no solitario en el patio de su casa. Entonces cuando su abuelo se volteaba a discutir con su hermano menor (cosa que hacía seguido), el muchacho se tumbaba en la ventana y se detenía en el gentío reflexionando acerca del paso del tiempo: “A dónde van a parar las almas de aquellos que se han hundido en la arena…” será un verso que muchos años después escribiría amortajado en un sucio cuchitril de una residencial barata y pensando en los granos de arena que caían de aquel reloj de la casa de sus abuelos paternos.
***
Es difícil explicar la sensación que tuvo el muchacho cuando llegaron al hipódromo. De pronto se vio mayor, algo contraído y sumido en una latente desgracia que venía de la mano con un don que es un agravio para aquellos que no son más que mortales insignificantes. Al pasar por el lado de un purasangre su corazón se contrajo de puro asombro. Era una potranca bellísima que iba siendo arreada a uno de los corrales. Se quedó impávido por un momento contemplando al animal, hasta que el grito de Vicente lo volvió a su sitio. El muchacho los siguió con dificultad pues caminaban muy deprisa, aunque intentando no perder de vista a la hermosa yegua que figuraba con el número 8 en el lomo. Entraron al restorán (si se puede llamar así) del hipódromo. Pidieron una botella de vino, otra de cerveza y una bebida para el pequeño S***. Su tío Manuel, al verlo tan desesperado por mirar a las bestias, lo llevó hasta las tribunas del recinto. Estaban repletas. No cabía un alfiler, pero aun así lograron abrirse paso hasta la reja para poder ver de cerca a los caballos que se dirigían a los partidores. Era la undécima carrera, la última antes del tan esperado clásico. Los animales le eran sorprendentes y enormes, pero ninguno de ellos le parecía tan fascinante como la potranca de tres años que había visto cerca de los corrales. Todavía no empezaba la carrera y volvieron al restorán. Allí, Antonio junto a un viejo camarada (de cuyo nombre no me acuerdo) hablaban airosamente en un idioma inteligible: Ganadores, segundos, terceros, quinelas, exactas, trifectas, superfectas, dobles, tripletas, cuaternas, enganches triples con canje, dobledemil, haras, padrillos, stud, preparadores, jockeys, pesos y de un cuanto hay y no existe. Partió la carrera y el camarada de Antonio (cuyo nombre ya recordé) ganó una exacta 5-7 que le dio unos 19000 pesos de la época. Rubén se llamaba, y era un hombre ya entonces viejo y con aspecto de patán y sinvergüenza que se lanzó al juego y se convirtió en un borracho tahúr al que se le pasó la vida por los palos y terminó su espantada llegando a placé.

Y lo que todos estaban esperando mi buen lector. El ST. Leger. La carrera. S*** sorbía el gollete de su Seven Up mientras miraba, sin entender absolutamente nada, el programa de carreras. Eran pasadas las seis de la tarde. Un joven y ya ilustre Héctor Barrera se montaba al lomo de una promisoria potranca. Antonio apostó 10000 pesos a ganador a Puerto Madero, coincidiendo con su amigo de tertulias que apostó el precio de 15 botellas de vino al mismo. Manuel apostó 5000 pesos a Pompeyo, mientras que Vicente le arrojó 5000 pesos a Apolo Dorado y otros 5000, por si acaso, a Pompeyo. Rubén siguió sumando apuestas, mientras Antonio se jugaba la vida con una quinela o imperfecta mortal a los caballos de la discordia, Pompeyo y Puerto Madero. S***, al ver como todos realizaban sus apuestas, metió su mano en el bolsillo y de una caja de fósforos que tenía estampada la figura de Iván Zamorano sacó 3000 pesos que tenía ahorrados para comprar el álbum de láminas del mundial de Francia, y sin que nadie lo notara, pues todos estaban pendientes de su propia suerte, se acercó a la fila de las apuestas e hizo pacientemente la cola. Al llegar a la ventanilla, la mujer que ingresaba las retas se sonrió dulcemente al verlo en puntillas sosteniendo en su mano un dinero arrugado y sucio y pronunciando las palabras: –Ganador al ocho. La yegua se llamaba Fontanella Borghese y venía de la monta de un imberbe muchacho, el ya mencionada Héctor Barrera. La mujer le dijo a S*** que no estaba permitido que lo niños hiciesen apuestas, por lo que el muchacho, muy desilusionado, tuvo que abandonar la fila. Entonces se sentó en un rincón a mirar como todos hablaban de los enganches, combinaciones y ternas posibles hasta que un viejo de aspecto rutilante se le acercó. –Yo le hago su apuesta mijito –le dijo al tímido muchacho, que aunque algo desconfiado, pero sabiendo que no había mucho que perder, le dio todo su dinero al sujeto desgarbado, sucio y con odres de cantina. –Ganador al ocho –agregó, sin saber porque apostaba su dinero a un juego que ni siquiera conocía. Se quedó largo rato esperando, unos cinco minutos que bien pudieron haber sido una eternidad y el hombre no aparecía. Cuando de pronto le vio venir con el vale en la mano. Le dio el ticket y le dijo –apúrese mijo que va a empezar la carrera –Y se marchó por ahí serpenteando y dando saltitos entrecortados. En efecto, la carrera estaba por comenzar. S*** miraba el vale con minucia cuando de pronto lo jaló del brazo su padre –Dónde te habiai metido cabro e mierda –le dijo en tono de no muy buenos amigos. Lo llevó a tientas hasta las tribunas donde ya se habían apostado Antonio, Manuel y Rubén, todos ansiosos por conocer el desenlace de la carrera que estaba por comenzar. Por el alto parlante se oyó una poderosa voz grave que alertaba al público asistente: “Comienzan a prepararse…”. Nadie respiraba en aquel momento. Era como si la vida de muchos estuviese en juego. Entre los laureles de un ganador y la sangre pura de una rodada. “Partieron”…

La carrera:

“Puerto Madero toma la delantera, segundo Corazón verde a medio cuerpo, tercero Pompeyo a un cuerpo, cuarto Robbie, quinto Nahuel Chile, sexto Apolo Dorado, séptimo Sidón, octava Medina Sidonia, novena Fontanella Borghese, décima Irlanda, undécimo Enares, último Norte Andino…

La expectación era total. El nerviosismo latía como un bombo en el estadio.
Curva de los ochocientos, Pompeyo toma la delantera, segundo a dos cuerpos Apolo Dorado, tercero Puerto Madero, cuarto Robbie, quinto Enares, sexto Sidón,… último Norte Andino…
Crecía el infortunio y la frustración. La carrera duraba dos minutos y una pequeña fracción de segundos. Más parecía que duraba horas. S*** pensaba en los granos de arena y en la extraña percepción del tiempo, y comenzaba, quizá a causa del extraño nerviosismo que lo embargaba, a sentir los primeros síntomas de la comida.

Llegando a la curva de los 1200 mts, Pompeyo sigue en el primer lugar, segundo Puerto Madero, tercero Robbie, cuarto Enares, quinto Apolo Dorado, sexta Medina Sidonia, séptimo Enares, octava Fontanella Borghese,… último Nahuel Chile…

En ese momento de la carrera Antonio era el más enojado. No soportaba la idea de que Puerto Madero cediera terreno ante el ganador de El Ensayo. Son pistas distintas –se decía –y Puerto Madero conoce mejor que nadie la del Chile. –Y la orientación –repetía incesante –El hípico gira con las manecillas del reloj, acá en el Chile (como se llamaba al recinto de la Plaza Chacabuco) se corre en contra –En contra –se decía tomándose la frente y alegaba –Vamos  Puerto Madero –bramando entre dientes.

Curva de los 1600 metros Apolo Dorado Pasa al primer lugar, a una cabeza de distancia Pompeyo, tercero Puerto Madero a medio cuerpo, acorta distancia por los palos Robbie, por fuera en quinto lugar Enares, sexta  a tres cuerpos Medina Sidonia, séptima Fontanella Borghese,… último Norte Andino.

La euforia y la locura se desataron cuando los caballos entraron a tierra derecha. La gente comenzó a gritar enfervorizada. Chasqueaban sus dedos y hacían sonidos de arremetida con sus bocas.

Entran a tierra derecha, Pompeyo sigue en primer lugar, segundo a un cuerpo Apolo Dorado, tercero a cuerpo y medio Puerto Madero, cuarto a dos cuerpos Robbie, quinto Sidón, sexta por el centro acortando distancia Fontanella Borghese,…

La tribuna era un verdadero caos. Lo digo, no porque haya estado ahí, porque esto a mí me lo contaron. Sino porque me lo imagino, y porque estuve presente en otros clásicos. Quizá un poco más actuales. Con protagonistas como Kurbat, Paloma Infiel, Amani o Quick Casablanca. Y créame cuando le digo mi estimado leyente que es aquello una locura. Se oyen más groserías que las dichas a un árbitro en un partido de fútbol, el público grita más que un concierto de Rock en Río y la galería tiembla como si un millar de chinos se pusieran a saltar del otro lado del planeta.

Últimos doscientos, Pompeyo mantiene ventaja a un cuerpo sobre Puerto madero, tercero a pescuezo Apolo Dorado, cuarta a dos cuerpos Fontanella Borghese, quinto a tres cuerpos Robbie… Pompeyo sigue en primer lugar, segundo a medio cuerpo Apolo Dorado, tercera por el centro Fontanella borghese, cuarto a dos cuerpos Puerto Madero,… Últimos metros, Pompeyo mantiene ventaja, segunda Fontanella Borghese, tercero Puerto Madero, cuarto Apolo Dorado,… Metros finales, Fontanella Borghese pasa al primer lugar, segundo a medio cuerpo Pompeyo, tercero Apolo Dorado,… Mantiene su distancia Fontanella Borghese,…

Y el público no cabía en sí. El tiempo se detuvo. Y por un instante, no cayeron granos del reloj de arena y no se oyó ni un suspiro.

Gana la carrera Fontanella Borghese, segundo Pompeyo, tercero Apolo Dorado, cuarto Puerto Madero, quinto Robbie, sexto Sidón, séptima Irlanda, octava Medina Sidonia, noveno Corazón Verde, décimo Enares, undécimo Nahuel Chile y último Norte Andino.

***
El muchacho no entendía nada. Pero lo único que sabía era que aquella yegua que lo deslumbró a la entrada del hipódromo era la misma que ahora ganaba el clásico ST. Leger. Los adultos, todos, se lamentaban tras sus fallidos intentos. Habían perdido mucho dinero. Los resignados arrojaron sus boletos al suelo, en cambio a algunos todavía les quedaba la mínima esperanza de que por alguna u otra razón el jinete fuese descalificado y Fontanella perdiera la carrera por fallo arbitral. Pero no fue así, la carrera la habían ganado bien, el joven Héctor Barrera y la bella potranca. De pronto se volvió a escuchar la omnipresente voz del relator: “Se paga la décimo segunda carrera, se paga”. Gana el clásico ST. LEGER año 1997, por dos cuerpos de ventaja sobre Pompeyo, la potranca de tres años Fontanella Borghese”. Vicente, Antonio, Manuel y Rubén no paraban de lamentarse, a tal punto que Vicente y Manuel prefirieron volver a casa en vez de seguir malgastando su dinero. S*** quiso quedarse junto a su abuelo. Cosa que no dejaba de parecerle poco menos que extraña a su padre, pero al fin, era tanto su enojo por haber perdido diez mil pesos que accedió, sin nada que objetar, a la petición del infante.
Es obvio mi queridísimo lector que usted entenderá las razones que tenía el muchacho para quedarse en el hipódromo. Todos, incluso yo, nos hemos dado cuenta que aquella potranca que encandiló al niño, es la misma por la que apostó 3000 pesos y la misma que ganó la carrera más importante del año. Pero ponga atención. Pagando nada menos que 60 veces el valor de su apuesta, es decir, si lo imaginamos de este modo: 3000 pesos (el dinero ahorrado de S***) multiplicados por 60 (el valor de la apuesta) nos da un total de 180000 pesos aproximadamente. Lo que era demasiado dinero para un mocoso de nueve años. Claro está, el muchacho no había calculado nada en absoluto, el solo se animó a jugar a tientas por el mero placer de sentirse un jugador más en el hipódromo. Entonces, cuando ya su padre se hubo ido y cuando su abuelo se entusiasmaba con la siguiente carrera y ponía los ojos fijos en el programa de apuestas, se escabulló hasta las boleterías y miró, mansamente, hacia todos lados hasta que un joven de unos diecinueve años, tan novato como él, le ofreció ayuda para cambiar el ticket. El joven cogió el boleto y acudió a cambiárselo. Pasaron algunos minutos, y mientras S***, sin importarle mucho el dinero invertido, aguardaba por su premio, vio venir al joven, evidentemente molesto, quien le arrojó el boleto en la cara diciéndole –No tienes a quien más molestar. S*** se quedó mudo mientras veía alejarse al joven, se agachó a recoger el arrugado papel del suelo, contrariado, cuando otra vez aquella voz omnipresente largaba por los altos parlantes: Comienza la décimo tercera carrera. El niño miró su boleto que decía: 3 GAN, NUM 8, 11 CARR. No lograba entender muy bien. Sin embargo vio que en un pizarrón un sujeto apuntaba al ganador de la duodécima carrera. El número 8, aquella magnífica yegua que hizo trastabillar a los favoritos del clásico. Arriba la undécima largada marcaba como ganador al número 5, la asesina Como tú no hay otra. En definitiva su boleto pertenecía a dicha carrera y no al clásico ST LEGER que era la duodécima justa. En resumidas cuentas, el niño había sido engañado por aquel viejo repugnante y nauseabundo. S*** volvió, pateando la perra, a la mesa donde estaban su abuelo y Rubén. El resto de la tarde estuvo mascando la rabia, cogió la caja de fósforos con la imagen del pichichi de España y la arrojó a la basura junto con el boleto fraudulento que colocó dentro de esta. Por su parte Antonio y Rubén recuperaron el ánimo en las siguientes carreras y también algo de dinero, en especial en la penúltima librada, la que les dio el aventón necesario para jugarse el todo por el todo en el último duelo de la noche. A S*** se lo llevaba el diablo y la tarde se le hizo larguísima y asfixiante. Su abuelo intentó, a punta de refranes y viejos acertijos, darle ánimo, pero el niño, aunque trataba de concentrarse en la solución de los problemas que le planteaba su abuelo, no cesaba de pensar en lo ingenuo que había sido. Entrada la noche sin estrellas volvieron a la Cañadilla. Antonio venía bastante borrachín y S*** muy choreado. Al cabo de una o dos horas, y cuando los más pequeños dormían, Vicente y Jazmín volvieron a casa con sus tres muchachos. S*** se entretuvo el tiempo de espera mirando el reloj de arena y se olvidaba por momentos de la estafa sufrida, pero al rato volvía a sentir mucha más rabia pues, con el dinero que lo habían estafado podría haber comprado muchas cosas, una de ellas, la péndola sin engranajes que tanto lo hipnotizaba. Una vez en casa se fue de inmediato a su alcoba, se puso el pijama y se metió entre las sábanas. Colocó el Video Cassette de Alicia en el país de las maravillas en el moderno VHS. Como siempre, le daba miedo la escena del bosque y se tapaba la mitad del rostro con las mantas cuando aparecía el gato Sonrisón. Luego, cuando acabó la película y hubo de apagar la televisión porque ya era hora de dormir, se quedó gran parte de la noche, a obscuras, imaginando como descendían los granos del reloj de arena mientras seguía lamentándose por haber confiado en un anciano desagradable y mefítico y ya no tener dinero para comprar el álbum de láminas “Chile camino al mundial de Francia 98”. Esa noche soñó que se encontraba a solas en el hipódromo. El lugar estaba completamente vacío, obscuro y rodeado de una densa niebla. En medio de la pista yacía tendida una potranca. Se acercó al animal cargando un rifle. Se trataba de Fontanella Borghese. Su altivez y su hermosura ahora contrastaban con un moribundo animal que ya casi no tenía ni dientes ni brillo en los ojos. S***, sin saber lo que hacía y con mucho miedo, cargó el rifle y sostuvo el gatillo lo que duró menos de un segundó. Haló el percutor y la bala fue a incrustarse en la frente de la yegua que apagó al instante su escaso resplandor. El muchacho arrojó el arma y se quedó, cabeza gacha, en medio de la pista. De pronto una embestida de caballos se dirigió a toda velocidad hacia él. El niño se tomó la cabeza y se arrojó al suelo mientras las bestias le pasaban por encima. Despertó sudando frío y temblando de miedo. Amanecía y un gorrión de ciudad piaba en las ramas del ciruelo.