Pompeyo contra Puerto Madero y el favorito Apolo Dorado
En medio de un acalorado día de
diciembre, y mientras la gente se apostaba en los barrios populares de Santiago
en busca del mejor regalo navideño, los jinetes ajustaban las riendas de sus
caballos para correr la terna de la Tripe Corona Nacional y desafío máximo del
Hipódromo de Chile. El Clásico St. Leger. Fue la última mañana de la primavera
del 97. En el aire había una nerviosa sensación de quietud proveniente del
recinto de la plaza Chacabuco, la que era contrarrestada por el rumor sofocante
de la atiborrada Calle Meiggs, donde la gente iba y venía en busca de
obsequios. Precisamente esa mañana Jazmín las hacía de delegado comercial del “Viejo Pascuero” y dejaba las patas en la calle buscando los
regalos de Navidad para sus tres pequeños hijos, teniendo especial
consideración para con S***, quien pese a su trastabillado paso por el centro
de rehabilitación logró salir sobresaliente en la escuela. La muchacha salió
muy temprano de casa, temprano al menos tratándose de un día sábado donde lo
que menos quiere el ciudadano común es levantarse a prematura hora. Vicente
despertó a sus muchachos a media mañana, les dio el desayuno y se ocupó de
bañar al más pequeño. Antes del mediodía salieron en el Renault color blanco rumbo a la avenida Independencia. Habían sido
invitados a almorzar donde los padres de este. La casa estaba en Recabarren, un antiguo barrio de la
Cañadilla, cerca del estadio Santa Laura, relativamente cerca de la escuela de
S*** y muy cerca también del Hipódromo de Chile.
Los padres de Vicente son Antonio y Camelia. El primero fue nacido y
criado en Viña del Mar, es de baja estatura, medio orejón, usa un cardado
bigote debajo de una prominente nariz, es fanático de la hípica, del tango, de
Magallanes y de la poesía de García Lorca, en especial del poema “La casada
infiel”. Camelia es una mujer muy pequeña y sumisa, aunque de fuerte carácter.
Nació en la ciudad de Osorno, pero fue criada por su madrina en un pueblito
cercano a la ciudad de Rancagua. Usa anteojos con sujetador y el cabello corto.
Con ellos vive Federico (llamado así en honor a aquel poeta muerto en Granada),
su hijo menor, un muchacho de la edad de Armando, que gusta de los videojuegos,
las animaciones, tocar guitarra eléctrica y la música grunge. Sueña con formar
una banda de rock, pero jamás suelta el joystick. En la casa también vive
Manuel, el hermano menor de Antonio, que es casi una copia exacta de este, con
la salvedad de que su nariz es mucho más prominente que la ya exagerada nariz
de su hermano. Con ellos también vive Rafaelito, un perro quiltro recogido de
la calle que fue aceptado en casa con la condición, impuesta por Camelia, de
que se llamase como el Niño: Raphael de
España.
Al llegar a la casa de los padres
de Vicente, un exquisito aroma culinario le atoró la nariz de epicúreos
encantos a S***. Los primeros choclos de la temporada inundaron sus pulmones de
un primoroso hálito a dulce maíz cocido. Y aunque venía llegando recién desayunado,
esa sabrosa mezcla de olores y sabores que salían de la cocina de Camelia le
hacía agua la boca, secándole de paso las comisuras de los labios. Vicente salió
junto a su padre y su tío en busca del vino que habría de acompañar la buena
mesa. Los dos nietos más pequeños se quedaron acompañando a Camelia en la cocina,
mientras S*** miraba atentamente como cada grano descendía de un reloj de arena
que adornaba una vieja estantería del living de la casa. Al cabo de un rato
apareció Federico y lo invitó a jugar en su consola Supernintendo. Y aunque el muchacho no era muy dado a estos
modernos aparatos, no pudo sino conmoverse con los desafíos de Mario Bros, y miraba con minucia a su
tío mientras este jugaba en el peligroso mundo de Koppa. El muchacho se divertía, al menos llamaba su atención aquel
lugar. En especial, la fotografía de un tipo de pelo largo y pantalón rasgado
que sostenía pesarosamente una guitarra. Al
cabo de un rato fueron llamados a almorzar. Los tres hombres se sentaron a la
mesa, el joven Federico, S*** y sus dos hermanos también, el menor de ellos en
una silla especial para los más pequeños. Camelia sirvió los platos de comida.
Primero, como si fuera poca cosa, un consomé de pollo que no sabría como
describirles, pero de un sabor que solo se podría comparar con la sopa de
gallina de campo que el niño probaría un año más tarde en un poblado cercano a
Lautaro. Le siguió una refrescante entrada de Tomate relleno con atún, choclo,
perejil, cebolla y mayonesa casera. A continuación un pastel de choclo, que
solo podía igualarse con las ricas empanadas del dieciocho de setiembre. Y de
postre, como no, un sabroso mote con huesillos. Claro está, que de no haber
heredado una mano de monja, todo aquello habría sabido como en cualquier
restorán costumbrista, pero sin duda alguna la comida de Camelia era en efecto
un placer culinario. Y claro está, eliges a una mujer por como cocina; Al menos
eso solía decir Antonio, y eligió bien. Mientras hacían la sobremesa y se
tomaban el café, no se hablaba de nada más que no fuese la carrera. Y aquí paso
a explicar el nombre del título de ésta Crónica. Me refiero al clásico ST.
Leger. Para muchos, o al menos para los que viven del lado norte de la capital,
“La carrera del año”. Como sea, es la carrera que cierra la terna del Hipódromo
de Chile y la segunda etapa de la terna de la Triple corona nacional. Antonio,
un acérrimo fanático de la hípica, apostaba por Puerto Madero, a quien veía idóneo para ganar la tercera etapa del
Chile (ya había ganado las dos anteriores). Su hermano Manuel, apostaba por Pompeyo, quien ya había ganado El Ensayo
(primera etapa de la Triple Corona Nacional), y a quien veían como el caballo capaz
de hermanar la hazaña que años antes lograra el mítico Wolf, ganando las tres carreras más importantes de la hípica
chilena. Por su parte Vicente, que no era muy lustro en este tipo de
acepciones, se la jugaba por Apolo Dorado por mera sugerencia de la revista
entendida en la materia. Es decir, porque era el favorito en las apuestas.
Mientras los adultos discutían acerca del posible ganador y como rara vez, el
mundo deportivo no solo giraba en torno al Deporte Rey, sino al Deporte de
Reyes, llegó Jazmín evidentemente acalorada. La muchacha se sentó a la mesa a
oír las sandeces que después de la tercera botella de vino hablaban el padre,
el hijo y el tío. Camelia le encendió charla a un cigarrillo y Jazmín bebió de
sopetón el refrescante vaso de jugo de mote con huesillos que le ofreció su
suegra. Los hombres se levantaron de la mesa con bríos de embadurnado carmín en
las mejillas. En tanto el Quino jugaba con su tío al Donkey Kong y Pablito
dormía a pie suelto en la cama de sus abuelos. Por su parte, S*** no se cansaba
de mirar como los segundos se desvanecían en el reloj de arena. Estaba
embelesado. Entonces Antonio al verlo allí, tan tranquilo y callado y como
hipnotizado por el sumidero de almas que se iban con cada grano, decidió
invitarlo al hipódromo. Todos, al menos los hombres adultos, iban allá, el
resto se quedaría en casa aguardando el soponcio de la tarde. Al muchacho no le
quedó otra que aceptar la invitación que le propinaba su abuelo y asintió con
la cabeza. De camino al recinto de Vivaceta, este le iba charlando sobre su
paso por el club Iberia y de su fractura en la rodilla. Entonces le mostraba la
cicatriz de la operación, la que según él, lo privó de la posibilidad de jugar al
fútbol de manera profesional en el tiempo en que los concentraciones se hacían
donde La Tía Carlina o Donde Marcelino. –Tú juegas –le preguntaba
constantemente. A lo que el muchacho respondía que no, aunque poco a poco se
iba interesando cada vez más en aquel deporte, y aumentaban sus ganas de
practicarlo con alguien más, y no solitario en el patio de su casa. Entonces
cuando su abuelo se volteaba a discutir con su hermano menor (cosa que hacía
seguido), el muchacho se tumbaba en la ventana y se detenía en el gentío
reflexionando acerca del paso del tiempo: “A
dónde van a parar las almas de aquellos que se han hundido en la arena…”
será un verso que muchos años después escribiría amortajado en un sucio cuchitril
de una residencial barata y pensando en los granos de arena que caían de aquel
reloj de la casa de sus abuelos paternos.
***
Es difícil explicar la sensación
que tuvo el muchacho cuando llegaron al hipódromo. De pronto se vio mayor, algo
contraído y sumido en una latente desgracia que venía de la mano con un don que
es un agravio para aquellos que no son más que mortales insignificantes. Al
pasar por el lado de un purasangre su corazón se contrajo de puro asombro. Era
una potranca bellísima que iba siendo arreada a uno de los corrales. Se quedó
impávido por un momento contemplando al animal, hasta que el grito de Vicente
lo volvió a su sitio. El muchacho los siguió con dificultad pues caminaban muy
deprisa, aunque intentando no perder de vista a la hermosa yegua que figuraba
con el número 8 en el lomo. Entraron al restorán (si se puede llamar así) del
hipódromo. Pidieron una botella de vino, otra de cerveza y una bebida para el
pequeño S***. Su tío Manuel, al verlo tan desesperado por mirar a las bestias,
lo llevó hasta las tribunas del recinto. Estaban repletas. No cabía un alfiler,
pero aun así lograron abrirse paso hasta la reja para poder ver de cerca a los
caballos que se dirigían a los partidores. Era la undécima carrera, la última
antes del tan esperado clásico. Los animales le eran sorprendentes y enormes,
pero ninguno de ellos le parecía tan fascinante como la potranca de tres años
que había visto cerca de los corrales. Todavía no empezaba la carrera y volvieron
al restorán. Allí, Antonio junto a un viejo camarada (de cuyo nombre no me
acuerdo) hablaban airosamente en un idioma inteligible: Ganadores, segundos,
terceros, quinelas, exactas, trifectas, superfectas, dobles, tripletas,
cuaternas, enganches triples con canje, dobledemil, haras, padrillos, stud,
preparadores, jockeys, pesos y de un cuanto hay y no existe. Partió la carrera
y el camarada de Antonio (cuyo nombre ya recordé) ganó una exacta 5-7 que le
dio unos 19000 pesos de la época. Rubén se llamaba, y era un hombre ya entonces
viejo y con aspecto de patán y sinvergüenza que se lanzó al juego y se
convirtió en un borracho tahúr al que se le pasó la vida por los palos y
terminó su espantada llegando a placé.
Y lo que todos estaban esperando
mi buen lector. El ST. Leger. La carrera. S*** sorbía el gollete de su Seven Up mientras miraba, sin entender
absolutamente nada, el programa de carreras. Eran pasadas las seis de la tarde.
Un joven y ya ilustre Héctor Barrera se montaba al lomo de una promisoria potranca.
Antonio apostó 10000 pesos a ganador a Puerto Madero, coincidiendo con su amigo
de tertulias que apostó el precio de 15 botellas de vino al mismo. Manuel
apostó 5000 pesos a Pompeyo, mientras que Vicente le arrojó 5000 pesos a Apolo
Dorado y otros 5000, por si acaso, a Pompeyo. Rubén siguió sumando apuestas,
mientras Antonio se jugaba la vida con una quinela
o imperfecta mortal a los caballos de la discordia, Pompeyo y Puerto Madero.
S***, al ver como todos realizaban sus apuestas, metió su mano en el bolsillo y
de una caja de fósforos que tenía estampada la figura de Iván Zamorano sacó 3000
pesos que tenía ahorrados para comprar el álbum de láminas del mundial de
Francia, y sin que nadie lo notara, pues todos estaban pendientes de su propia
suerte, se acercó a la fila de las apuestas e hizo pacientemente la cola. Al
llegar a la ventanilla, la mujer que ingresaba las retas se sonrió dulcemente
al verlo en puntillas sosteniendo en su mano un dinero arrugado y sucio y pronunciando
las palabras: –Ganador al ocho. La yegua se llamaba Fontanella Borghese y venía de la monta de un imberbe muchacho, el
ya mencionada Héctor Barrera. La mujer le dijo a S*** que no estaba permitido
que lo niños hiciesen apuestas, por lo que el muchacho, muy desilusionado, tuvo
que abandonar la fila. Entonces se sentó en un rincón a mirar como todos
hablaban de los enganches, combinaciones y ternas posibles hasta que un viejo
de aspecto rutilante se le acercó. –Yo le hago su apuesta mijito –le dijo al
tímido muchacho, que aunque algo desconfiado, pero sabiendo que no había mucho
que perder, le dio todo su dinero al sujeto desgarbado, sucio y con odres de
cantina. –Ganador al ocho –agregó, sin saber porque apostaba su dinero a un
juego que ni siquiera conocía. Se quedó largo rato esperando, unos cinco
minutos que bien pudieron haber sido una eternidad y el hombre no aparecía.
Cuando de pronto le vio venir con el vale en la mano. Le dio el ticket y le
dijo –apúrese mijo que va a empezar la carrera –Y se marchó por ahí serpenteando
y dando saltitos entrecortados. En efecto, la carrera estaba por comenzar. S***
miraba el vale con minucia cuando de pronto lo jaló del brazo su padre –Dónde
te habiai metido cabro e mierda –le dijo en tono de no muy buenos amigos. Lo
llevó a tientas hasta las tribunas donde ya se habían apostado Antonio, Manuel
y Rubén, todos ansiosos por conocer el desenlace de la carrera que estaba por
comenzar. Por el alto parlante se oyó una poderosa voz grave que alertaba al
público asistente: “Comienzan a
prepararse…”. Nadie respiraba en aquel momento. Era como si la vida de
muchos estuviese en juego. Entre los laureles de un ganador y la sangre pura de
una rodada. “Partieron”…
La carrera:
“Puerto Madero toma la delantera, segundo Corazón verde a medio cuerpo,
tercero Pompeyo a un cuerpo, cuarto Robbie, quinto Nahuel Chile, sexto Apolo
Dorado, séptimo Sidón, octava Medina Sidonia, novena Fontanella Borghese,
décima Irlanda, undécimo Enares, último Norte Andino…
La expectación era total. El
nerviosismo latía como un bombo en el estadio.
Curva de los ochocientos, Pompeyo toma la delantera, segundo a dos
cuerpos Apolo Dorado, tercero Puerto Madero, cuarto Robbie, quinto Enares,
sexto Sidón,… último Norte Andino…
Crecía el infortunio y la
frustración. La carrera duraba dos minutos y una pequeña fracción de segundos.
Más parecía que duraba horas. S*** pensaba en los granos de arena y en la
extraña percepción del tiempo, y comenzaba, quizá a causa del extraño
nerviosismo que lo embargaba, a sentir los primeros síntomas de la comida.
Llegando a la curva de los 1200 mts, Pompeyo sigue en el primer lugar,
segundo Puerto Madero, tercero Robbie, cuarto Enares, quinto Apolo Dorado,
sexta Medina Sidonia, séptimo Enares, octava Fontanella Borghese,… último
Nahuel Chile…
En ese momento de la carrera
Antonio era el más enojado. No soportaba la idea de que Puerto Madero cediera
terreno ante el ganador de El Ensayo. Son pistas distintas –se decía –y Puerto
Madero conoce mejor que nadie la del Chile. –Y la orientación –repetía
incesante –El hípico gira con las manecillas del reloj, acá en el Chile (como
se llamaba al recinto de la Plaza Chacabuco) se corre en contra –En contra –se
decía tomándose la frente y alegaba –Vamos Puerto Madero –bramando entre dientes.
Curva de los 1600 metros Apolo Dorado Pasa al primer lugar, a una
cabeza de distancia Pompeyo, tercero Puerto Madero a medio cuerpo, acorta
distancia por los palos Robbie, por fuera en quinto lugar Enares, sexta a tres cuerpos Medina Sidonia, séptima
Fontanella Borghese,… último Norte Andino.
La euforia y la locura se
desataron cuando los caballos entraron a tierra derecha. La gente comenzó a
gritar enfervorizada. Chasqueaban sus dedos y hacían sonidos de arremetida con
sus bocas.
Entran a tierra derecha, Pompeyo sigue en primer lugar, segundo a un
cuerpo Apolo Dorado, tercero a cuerpo y medio Puerto Madero, cuarto a dos
cuerpos Robbie, quinto Sidón, sexta por el centro acortando distancia
Fontanella Borghese,…
La tribuna era un verdadero caos.
Lo digo, no porque haya estado ahí, porque esto a mí me lo contaron. Sino
porque me lo imagino, y porque estuve presente en otros clásicos. Quizá un poco
más actuales. Con protagonistas como Kurbat,
Paloma Infiel, Amani o Quick Casablanca. Y créame cuando le digo mi
estimado leyente que es aquello una locura. Se oyen más groserías que las
dichas a un árbitro en un partido de fútbol, el público grita más que un concierto
de Rock en Río y la galería tiembla como si un millar de chinos se pusieran a
saltar del otro lado del planeta.
Últimos doscientos, Pompeyo mantiene ventaja a un cuerpo sobre Puerto
madero, tercero a pescuezo Apolo Dorado, cuarta a dos cuerpos Fontanella Borghese,
quinto a tres cuerpos Robbie… Pompeyo sigue en primer lugar, segundo a medio
cuerpo Apolo Dorado, tercera por el centro Fontanella borghese, cuarto a dos
cuerpos Puerto Madero,… Últimos metros, Pompeyo mantiene ventaja, segunda
Fontanella Borghese, tercero Puerto Madero, cuarto Apolo Dorado,… Metros
finales, Fontanella Borghese pasa al primer lugar, segundo a medio cuerpo
Pompeyo, tercero Apolo Dorado,… Mantiene su distancia Fontanella Borghese,…
Y el público no cabía en sí. El
tiempo se detuvo. Y por un instante, no cayeron granos del reloj de arena y no
se oyó ni un suspiro.
Gana la carrera Fontanella Borghese, segundo Pompeyo, tercero Apolo
Dorado, cuarto Puerto Madero, quinto Robbie, sexto Sidón, séptima Irlanda,
octava Medina Sidonia, noveno Corazón Verde, décimo Enares, undécimo Nahuel
Chile y último Norte Andino.
***
El muchacho no entendía nada.
Pero lo único que sabía era que aquella yegua que lo deslumbró a la entrada del
hipódromo era la misma que ahora ganaba el clásico ST. Leger. Los adultos,
todos, se lamentaban tras sus fallidos intentos. Habían perdido mucho dinero. Los
resignados arrojaron sus boletos al suelo, en cambio a algunos todavía les
quedaba la mínima esperanza de que por alguna u otra razón el jinete fuese
descalificado y Fontanella perdiera
la carrera por fallo arbitral. Pero no fue así, la carrera la habían ganado
bien, el joven Héctor Barrera y la bella potranca. De pronto se volvió a
escuchar la omnipresente voz del relator: “Se
paga la décimo segunda carrera, se paga”. Gana el clásico ST. LEGER año 1997,
por dos cuerpos de ventaja sobre Pompeyo, la potranca de tres años Fontanella
Borghese”. Vicente, Antonio, Manuel y Rubén no paraban de lamentarse, a tal
punto que Vicente y Manuel prefirieron volver a casa en vez de seguir malgastando
su dinero. S*** quiso quedarse junto a su abuelo. Cosa que no dejaba de
parecerle poco menos que extraña a su padre, pero al fin, era tanto su enojo
por haber perdido diez mil pesos que accedió, sin nada que objetar, a la
petición del infante.
Es obvio mi queridísimo lector
que usted entenderá las razones que tenía el muchacho para quedarse en el
hipódromo. Todos, incluso yo, nos hemos dado cuenta que aquella potranca que
encandiló al niño, es la misma por la que apostó 3000 pesos y la misma que ganó
la carrera más importante del año. Pero ponga atención. Pagando nada menos que
60 veces el valor de su apuesta, es decir, si lo imaginamos de este modo: 3000
pesos (el dinero ahorrado de S***) multiplicados por 60 (el valor de la
apuesta) nos da un total de 180000 pesos aproximadamente. Lo que era demasiado
dinero para un mocoso de nueve años. Claro está, el muchacho no había calculado
nada en absoluto, el solo se animó a jugar a tientas por el mero placer de
sentirse un jugador más en el hipódromo. Entonces, cuando ya su padre se hubo
ido y cuando su abuelo se entusiasmaba con la siguiente carrera y ponía los
ojos fijos en el programa de apuestas, se escabulló hasta las boleterías y miró,
mansamente, hacia todos lados hasta que un joven de unos diecinueve años, tan
novato como él, le ofreció ayuda para cambiar el ticket. El joven cogió el
boleto y acudió a cambiárselo. Pasaron algunos minutos, y mientras S***, sin
importarle mucho el dinero invertido, aguardaba por su premio, vio venir al
joven, evidentemente molesto, quien le arrojó el boleto en la cara diciéndole
–No tienes a quien más molestar. S*** se quedó mudo mientras veía alejarse al
joven, se agachó a recoger el arrugado papel del suelo, contrariado, cuando
otra vez aquella voz omnipresente largaba por los altos parlantes: Comienza la décimo tercera carrera. El
niño miró su boleto que decía: 3 GAN, NUM 8, 11 CARR. No lograba entender muy
bien. Sin embargo vio que en un pizarrón un sujeto apuntaba al ganador de la
duodécima carrera. El número 8, aquella magnífica yegua que hizo trastabillar a
los favoritos del clásico. Arriba la undécima largada marcaba como ganador al
número 5, la asesina Como tú no hay otra.
En definitiva su boleto pertenecía a dicha carrera y no al clásico ST LEGER
que era la duodécima justa. En resumidas cuentas, el niño había sido engañado
por aquel viejo repugnante y nauseabundo. S*** volvió, pateando la perra, a la
mesa donde estaban su abuelo y Rubén. El resto de la tarde estuvo mascando la
rabia, cogió la caja de fósforos con la imagen del pichichi de España y la arrojó a la basura junto con el boleto
fraudulento que colocó dentro de esta. Por su parte Antonio y Rubén recuperaron
el ánimo en las siguientes carreras y también algo de dinero, en especial en la
penúltima librada, la que les dio el aventón necesario para jugarse el todo por
el todo en el último duelo de la noche. A S*** se lo llevaba el diablo y la
tarde se le hizo larguísima y asfixiante. Su abuelo intentó, a punta de
refranes y viejos acertijos, darle ánimo, pero el niño, aunque trataba de
concentrarse en la solución de los problemas que le planteaba su abuelo, no
cesaba de pensar en lo ingenuo que había sido. Entrada la noche sin estrellas
volvieron a la Cañadilla. Antonio venía bastante borrachín y S*** muy choreado.
Al cabo de una o dos horas, y cuando los más pequeños dormían, Vicente y Jazmín
volvieron a casa con sus tres muchachos. S*** se entretuvo el tiempo de espera mirando
el reloj de arena y se olvidaba por momentos de la estafa sufrida, pero al rato
volvía a sentir mucha más rabia pues, con el dinero que lo habían estafado podría
haber comprado muchas cosas, una de ellas, la péndola sin engranajes que tanto
lo hipnotizaba. Una vez en casa se fue de inmediato a su alcoba, se puso el
pijama y se metió entre las sábanas. Colocó el Video Cassette de Alicia en el país de las maravillas en
el moderno VHS. Como siempre, le daba
miedo la escena del bosque y se tapaba la mitad del rostro con las mantas
cuando aparecía el gato Sonrisón.
Luego, cuando acabó la película y hubo de apagar la televisión porque ya era
hora de dormir, se quedó gran parte de la noche, a obscuras, imaginando como
descendían los granos del reloj de arena mientras seguía lamentándose por haber
confiado en un anciano desagradable y mefítico y ya no tener dinero para
comprar el álbum de láminas “Chile camino al mundial de Francia 98”. Esa noche
soñó que se encontraba a solas en el hipódromo. El lugar estaba completamente
vacío, obscuro y rodeado de una densa niebla. En medio de la pista yacía
tendida una potranca. Se acercó al animal cargando un rifle. Se trataba de Fontanella Borghese. Su altivez y su
hermosura ahora contrastaban con un moribundo animal que ya casi no tenía ni
dientes ni brillo en los ojos. S***, sin saber lo que hacía y con mucho miedo,
cargó el rifle y sostuvo el gatillo lo que duró menos de un segundó. Haló el
percutor y la bala fue a incrustarse en la frente de la yegua que apagó al
instante su escaso resplandor. El muchacho arrojó el arma y se quedó, cabeza
gacha, en medio de la pista. De pronto una embestida de caballos se dirigió a
toda velocidad hacia él. El niño se tomó la cabeza y se arrojó al suelo
mientras las bestias le pasaban por encima. Despertó sudando frío y temblando
de miedo. Amanecía y un gorrión de ciudad piaba en las ramas del ciruelo.