No era mi intención mi buen animado lector (si es que acaso lo tengo) escribir una crónica navideña. La verdad es que hay tanto de eso en los libros, las revistas, la televisión, el teatro y el cine, que me parecía no menos que redundante hablar de esta fecha del año en que todos los cristianos celebran el nacimiento del niño Jesús (Porque Jesús, al menos aquí en Chile, nació siendo el “niño” Jesús). Pero claro, en nuestros modernos tiempos lo que menos celebramos es eso pues cada vez se ha vuelto más lucrativa y con afanosos fines de consumo esta sagrada festividad. Pero que con ello, dirán los agentes del retail o el bueno de Paulman, si aún existen niños, como el entonces pequeño Quim, que aún piensan que los juguetes los reparte el Viejo Pascuero en un trineo volador arreado por renos.
S*** no estaba ni ahí (como hubiera dicho el tenista Marcelo Ríos en esos años) con la navidad. Sabía que todo era una farsa. Y pese a que la profesora de catequesis trató de explicarles el verdadero sentido de la noche buena, el niño no se interesó ni lo más mínimo por ser elegido para interpretar el rol de Baltasar en el pesebre navideño de la iglesia. Francamente aquello le parecía absurdo. No soportaba la idea de mostrarse ante el público asistente a la misa del gallo como un misionero negro que le obsequia mirra a un recién nacido. Ridículo –Me veo ridículo –pensaba mientras su madre le probaba la sotana de rey mago. Pero más le irritaba mirar hacia un costado y ver a su prima Clemátide tan orgullosa de ser caracterizada como la virgen María. Esa tarde antes de la misa, como nunca hizo notar su malestar. Sin embargo, era tanto el chocheo de los adultos, en especial por los más pequeños y los pastorcitos, que nadie le prestó atención a sus silenciosos berrinches. Que por lo demás, estaban perfectamente justificados pues, dado que el muchacho era muy pálido y le tocaba representar a Baltasar, el supuesto rey mago de color negro, su madre le embadurnó por completo la cara y las manos con betún negro para lustrar zapatos. La ira del muchacho era completa y razonable. Fue entonces que ya avanzada la misa del gallo, y en un arranque de furibunda rabia en contra de un niño que hacía de Melchor y que se burló de él durante toda la misa, que no encontró nada más apropiado que decirle –el viejo pascuero no existe, animal bruto. Desgraciadamente para mí bienaventurado S***, Quim, vestido de pequeño pastor de ovejas, lo escuchó y gritó visceralmente: ¡Mentira!, y aquel estruendo repentino del pequeño, ensalzó la comunión de los feligreses mientras el sacerdote hablaba de la magnanimidad de Dios. El cura, de la pura impresión, derramó el cáliz de vino sobre la cara, el cabello y el vestido de la virgen María, la prima de S***, que a su vez estalló en un chillido tan grande que casi rompe el vitraux de toda la iglesia. Sabina, la madre de Clemátide, intentó calmar a su hija, que lloraba a mares mientras el sacerdote le restregaba el cabello con agua bendita. Por su parte, un descontrolado Quino no cesaba de gritarle a su hermano que era un mentiroso, mientras el rey mago Melchor no lograba salir de su trance, y su madre trataba de reanimarlo a punta de bofetadas. La misa se convirtió en un desastre. El pesebre completo tuvo que abandonar el altar donde tan ceremoniosamente había sido instalado. Jazmín tomó al niño Jesús (su hijo menor), que lloraba de hambre, en brazos y a Quim de la mano, y S*** la siguió a sabiendas de que todo el meollo había sido a causa de él y su boca de jarro, y que más temprano que tarde iba a ser regañado muy severamente. A Melchor lo sacaron tieso de la impresión, y a Clemátide la calmaron diciéndole que seguía siendo la virgen María más hermosa del planeta. Los pastorcitos, las ovejas, José y Gaspar no entendían nada de lo que pasaba y se marcharon, cabeza gacha, junto al resto del rebaño a una salita de la capilla donde los estaban esperando, la profesora de catequesis y sus respectivos padres.
***
Al llegar a casa, como si nada, S*** se metió a la bañera. Se restregaba fuertemente, casi haciéndose daño, para sacarse el betún de la cara y las manos. Nadie había entendido nada de lo sucedido. Quim no había dicho ni media palabra de lo que había pasado durante la misa, en realidad llevaba bastante rato sin decir algo. De regreso a casa solo limitó a mirar el paisaje a través de la ventana. A la vez triste, y a la vez maravillado con las luces navideñas que decoraban algunas calles de Santiago, y deseando que en todos lados fuese igual. S*** se dio cuenta de lo que había hecho, y le avergonzaba sobremanera mirar a su hermano a la cara. Al salir del baño y entrar a su cuarto oyó que Joaquín sollozaba mientras miraba una vieja película navideña. La culpa lo comenzó a intranquilizar. Cenaron en el patio. Jazmín se había esmerado mucho para complacer a la familia. Preparó una entrada de centollas que Vicente había traído desde Punta Arenas, y como plato de fondo, una exquisita carne al jugo con papas horneadas, y de postre helado lúcuma, chocolate y frambuesa, un sabor por cada uno de sus hijos. La mujer veía la fiesta navideña como una festividad para los niños. Minutos antes de las 12 de la noche, Jazmín les dijo a sus niños que debían esconderse porque el viejo pascuero estaba por llegar. S*** miró a Quino a los ojos, y este sin devolverle la mirada tomó de la mano a Pablito y se fueron a esconder al cuarto. S***, detrás y cabeza gacha, entró junto con ellos y se quedó sentado a los pies de la cama del más pequeño. En el living se oían los pasos ansiosos de Vicente y Jazmín acomodando los regalos en el árbol de navidad, haciendo espacio para aquellos que venían por encargo del viejo pascuero. Entonces el padre abrió la puerta y entabló un absurdo diálogo. –Jo, jo, jo, aquí traigo los regalos de sus hijos que tan bien se han portado –dijo Vicente fingiendo su timbre de voz para igualar al de un supuesto Santa Claus bamboche. –Muchas gracias viejito –añadió Jazmín. –Jo, jo, jo,…Feliz navidad –Agregó el actor Vicente y cerró la puerta. En ese momento, Jazmín, entre risas de ilusión, apareció delante de sus hijos. –Niños, vengan… el viejito ya pasó. Pablito salió de su pieza corriendo enloquecido. S*** y Quim se quedaron a solas en la habitación durante un momento. El muchacho no daba más de la angustia e intentó decirle algo a su hermano más pequeño, pero en ese momento Quim se levantó y salió tras de su madre. S*** resignado caminó detrás de ellos. En el árbol de navidad estaban los regalos, los de Santa y los de sus familiares. Y Jazmín, muy emocionada, como todas las navidades en que sus niños fueron niños, repartió los regalos. Primero a Pablo, a quien entregó una enorme caja, más grande incluso que él. El niño, ayudado de su madre, abrió el regalo. Se trataba de una inmensa y didáctica granja de animales. Un segundo regalo era un triciclo. Quim, no con las mismas ganas, abrió su primer regalo, que se sabía que se trataba de una bicicleta (sin ruedas a los lados). –El viejo se dio cuenta que ya habías crecido, entonces te mandó una bicicleta sin rueditas a los lados, como la de tu hermano –profirió Jazmín mientras su pequeño descubría, inanimado, el regalo. –Ojalá la ocupes, no como tu hermano que todavía no aprende a andar en ella –agregó Vicente. A lo que Jazmín repuso –esa es tu tarea pues,… enseñarle. Quim, muy desmotivado, abrió su segundo regalo, que al igual que el de su hermano, era una tremenda caja. El niño comenzó a quitar los papeles de la caja, y esa expresión ceñuda se fue contagiando de una inmensa felicidad. Un castillo con figuritas, cañones, prisiones, caballeros, dragones y todo. El mismo que llevaba seis meses deseando, y que sus padres no habían podido obsequiarle ni para el día del niño, ni para su cumpleaños. Quim se puso tan contento que casi volaba de alegría, hecho que a S*** lo entristeció aún más. Entonces su madre le dio los obsequios. El primero era, evidentemente, un balón de fútbol. Sin embargo no era cualquier balón. Era un balón profesional, similar al que había pateado a las nubes Roberto Baggio en la final del campeonato del mundo de 1994. El segundo era un paquete pequeño. S***, cuidadosamente, quitó el papel para ofrecérselo a su hermano que desde hacía cuatro navidades los coleccionaba, sin embargo Quim no estaba para parches después de la herida. El regalo era la camiseta alternativa del equipo de Colo-Colo 1997, más precisamente la que ocupaba el capitán Marcelo Espina con el número 8 en la espalda. Cosa que alegró mucho al muchacho, casi al punto de ponerse a brincar en un pie. Pero finalmente al ver a su hermano de soslayo prefirió demostrar su gratitud con unas tibias gracias y un esquivo beso a su madre. Continuaron abriendo los regalos. Ahora con un Quino mucho más emocionado. Perfumes, calzoncillos, calcetines, la teñida de Año Nuevo, un yo-yo, autos de juguete, un trenecillo, etc. Al rato, en medio de un mar de papeles rasgados, los niños pequeños comenzaron a jugar con sus juguetes nuevos, mientras los padres les veían expresos de satisfacción y felicidad. S***, en tanto, salió al patio de su casa. Chan-Chan, su perro, se abalanzó sobre él con tanta fuerza que lo arrojó al piso. Se levantó presto y se sacudió los pelos del lanudo cachorro que seguía alborotado creyendo que el niño había salido a jugar. Pero no, el muchacho, muy angustiado, se quedó quieto en medio del patio mirando hacia el cielo y pensando que aunque el Viejo Pascuero hubiera existido en algún lugar, muchas navidades antes, aquello no cambiaba las cosas. En ese momento, de sopetón, recordó a los niños pobres que no tendrían regalos ni esa ni las siguientes navidades, ni mucho menos una cena tan especial como la que preparó su madre aquella noche buena. Y sintió una furibunda rabia consigo mismo, tanta que le dieron ganas de romper su nuevo balón de fútbol y su camiseta, y todos los regalos que había recibido. Juntaba los puños fuertemente, cuando apareció su hermano Quim y lo tomó del brazo y le entregó un sobre de regalo. S*** lo miró contrariado, y casi a punto de llorar, pero tuvo el valor de enjugar las lágrimas y recibir el obsequio de su hermano menor. –Ábrelo, es tu regalo –le dijo el pequeño Quim V. El muchacho, más avergonzado todavía por no tener un regalo que ofrecer, le dijo –Pero, yo no te hice un regalo. –No se trata de eso –agregó Quim y volvió a entrar a la casa feliz como niño siendo niño.
S*** se quedó a expensas del sobre durante un momento, y delicadamente abrió el paquete. El sobre contenía el ejemplar n° 5 de la revista Barrabases: “Guatón se pone fome”. Se trataba, justamente, del ejemplar que dos años antes Quim le había roto a su hermano, en un arranque de rabia, y que el muchacho por más que había buscado no había logrado encontrar. Con la revista en la mano, y Chan-Chan babeando en frente de él, S*** se sacó un gran peso de encima, y a la vez obtuvo una gran enseñanza. A veces me pregunto, como humilde narrador, que hubiese sido de él, si se hubiese dedicado a recordar ese tipo de cosas y no las más nefastas. Pero en fin, esas preguntas son incontestables, más para mí, que tan solo soy un simple cronista. S*** seguía de pie en el patio, a obscuras, cuando de pronto, una enorme cantidad de destellos azules, rojos, verdes y amarillos, comenzaron a inundar los cielos. Entonces vinieron los fuegos de artificio, que hasta el día de hoy, nadie sabe de donde salieron. Pero para tranquilidad suya, mi buen y solidario lector, usted lo sabrá más adelante. S*** escuchó los gritos y las risas alegres de los niños que comenzaron a dejar sus casas para inundar de algarabía el iluminado pasaje, e impregnado de aquel espíritu, se unió al jolgorio. Los padres miraban, atónitos y maravillados, las luces que de un momento a otro encendieron el cielo de una deslucida calleja, mientras Pablito y Quim revoloteaban detrás de los renos de artificio que iban de un extremo a otro de la calle, entre carillones, duendes, estrellas y lunas de colores. Todo el mundo se agasajó de un espíritu quimérico. Aquel suceso es conocido hasta hoy, como el milagro de la calle de los Almendros. Para S*** se trataba de las Luces que cada cierto tiempo se encendían, para recordarles, a niños como él (quizá muchos), el sentido de la navidad, mi lector querido.